Anyi Espinal
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Esperé ese momento por mucho tiempo. Por fin alisarme! Había pensado en las chicas de la escuela con su hermoso cabello lacio y cómo los chicos siempre les prestaban tanta atención

Cuando tenía trece años, mi madre me dijo que mi padre venía de Nueva York a verme. (Mis padres se divorciaron antes de yo nacer). En ese momento, me di cuenta de que no podía recordar la última vez que lo vi. Mi madre hizo que pareciera como que el mismo Jesús bajaba del cielo y por lo tanto necesitaba estar emocionada.

Comencé a preocuparme por lo que mi padre pensaría de mí una vez que me viera, no tanto por mi personalidad porque sabía que tenía carisma, sino más por mi físico. Quería que él me mirara y viera una chica hermosa, una que tal vez no tenga el corazón para abandonar otra vez. Le dije a mi madre que esta era la oportunidad perfecta para desrizarme. Esperé ese momento por mucho tiempo. Por fin alisarme! Había pensado en las chicas de la escuela con su hermoso cabello lacio y cómo los chicos siempre les prestaban tanta atención. También pensé en convertirme en mujer y en mostrar mi feminidad al mundo que me rodeaba, el cual parecía no darse cuenta.

"No más “jalones de moño” me dije, no más treinta minutos desenredando este pelo malo. Incluso los días que me tocaba cantar en la iglesia y mi madre ponía mi cabello en la tabla de plancha y lo planchaba como una arrugada camisa de lino, en el transcurso del viaje en autobús a la iglesia se convertía en un gran pajón con vaselina, el cual me causaba vergüenza. Mi madre, al ver mi emoción, la posibilidad de que pudiera sentirme tan bien conmigo misma, pensó que no iba a tener tiempo para aferrarme a la reaparición de mi padre y su desaparición en el futuro; dijo que sí. En ese momento ella estaba a cargo de la bodega de mi hermano en la calle principal y concurrida de la provincia de San Cristóbal, en la República Dominicana. Durante todo el horario laboral, la bodega estaba llena de trabajadores y distribuidores comprando café y picaderas. En frente de la bodega vivía una peluquera, amiga de mi madre, que era conocida por ser una gurú del cabello; el tipo de estilista que sabe todo lo que hay que saber sobre pequeños rizos enojados e indomables, como el mío.

Mi madre me ayudó a cruzar la calle y ahí estaba Anyi, de 13 años, tan ansiosa por conseguir el pelo liso con el que había estado soñando. La dueña del salón comenzó a preguntarme sobre mi emoción, ya que ella había tenido muchas otras chicas en esa silla y sabía que sostenía la varita mágica que iba a cambiar mi vida para siempre. Para mí, ella era exactamente eso, la persona que estaba a punto de hacer que la princesa dentro de mí se revelara a sí misma. Le dije a mi gurú que venía mi padre y quería lucir absolutamente bella para él. Ella estuvo de acuerdo e indicó que, sin lugar a dudas, cuando terminara conmigo iba a ser la chica más hermosa de Villa Altagracia.

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Anyi Espinal
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Al llegar a este país, sola, a los 17 años, comprendí muchas cosas que nunca me enseñaron en el colegio. Aquí se rompió la idea de los grados de colores dominicanos, ya aquí no soy india clara o "javá", aquí soy negra. Esta realidad de inequidad me llevó a investigar mi origen y el por qué me habían inculcado el miedo a lo negro, el miedo al haitiano

Este lunes 12 de marzo surgió un video desde la provincia de Pedernales, en República Dominicana, donde aparecían un sinnúmero de personas caminando por las calles de ese pueblo advirtiendo a haitianos que radican en ese lugar que en un plazo de 24 horas desalojaran el área, o se abstenían a las consecuencias.

 Este video llegó a mí por medio de grupos en WhatsApp que denunciaban la acción y exhortaban a orar. Mi reacción inmediata no fue tan pasiva. Escribí que además de orar, había que conectarse con la gente en Pedernales y a nivel nacional para evitar que se repitan historias oscuras de nuestro pasado. Era evidente la diferencia de opiniones entre quienes analizábamos la situación, tanto los que residen en República Dominicana, como quienes vivimos en el extranjero. Esta es mi versión del porqué estas opiniones sobre la migración están tan dividas.

Como dominicana nacida y criada en Santo Domingo la problemática haitiana era como un tema incómodo e innecesario. Yo no soy haitiana, entonces qué me importa a mí. Los haitianos que veía o conocía realizaban diferentes oficios, que iban desde vendedores ambulantes hasta profesores del sistema escolar, como lo fue mi profesor de francés en el colegio que era mi imagen positiva sobre estos.

Al llegar a este país, sola, a los 17 años, comprendí muchas cosas que nunca me enseñaron en el colegio. Aquí se rompió la idea de los grados de colores dominicanos, ya aquí no soy india clara o "javá", aquí soy negra. Esta realidad de inequidad me llevó a investigar mi origen y el por qué me habían inculcado el miedo a lo negro, el miedo al haitiano. Comprendí el legado trujillista del cual nunca hablamos en ninguna clase o conversación familiar. De verdad, ¿piensa el dominicano que estar bajo una dictadura de 31 años con un presidente que denotó la inferioridad negra no tiene consecuencias físicas y mentales?

No es un secreto para nadie que el gobierno dominicano es el más beneficiado de la inmigración indocumentada de haitianos y de su mano de obra, utilizada, principalmente, en las labores agrícolas y la construcción. En todo esto, el gobierno hace poco para hacer cumplir las leyes migratorias.

Somos un pueblo de gente buena, trabajadora, de fe religiosa y familiar. Promover violencia y cualquier maltrato a haitianos por habérseles permitido emigrar al país sin documentos no es la solución. Nuestra lucha es darle un ultimátum al gobierno dominicano y sus partidos de competencia para que creen leyes migratorias más justas y que las cumplan.

Llama a tu familia y amigos en República Dominicana y diles que además de tu voto y remesas, tienes voz en el asunto y estás en contra de la violencia hacia el haitiano. Hazles saber que tú, como inmigrante, no estás de acuerdo con que saquen a nadie a golpes. No permitas que tus familiares frustrados con razón, se ensucien las manos de sangre.

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Dilenia Cruz
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Periodista.

Cuando queremos comunicar nuestras ideas, nos gusta ser escuchados de manera efectiva, con atención y sin prejuicios.  Sin embargo, cuando se invierten los papeles y somos quienes escuchamos a otros, no siempre respectamos los parámetros que deseamos para nosotros mismos. 

Una comunicación efectiva entre parejas, compañeros de trabajo,  políticos o religiosos debe seguir algunas reglas entre las que se cuentan: escuchar activamente.

Si nuestra meta es ser exitosos como padres, esposos, profesionales o en cualquier otra disciplina, entonces debemos serenar nuestras emociones y reentrenar nuestro cerebro.

Tanto en una conversación amistosa como en medio de un conflicto,  las prácticas contemplativas  que ayudan a la escucha activa son herramientas invaluables para más posibilidades de lograr el objetivo deseado.  

Si despertamos nuestra autoconciencia y la sensibilidad, podremos comprender los significados ocultos entre las palabras.  Cuando captamos los sentimientos,  podemos responder con mayor certeza a nuestro interlocutor; sea niño o adulto, profesional o analfabeto, amigo o enemigo.

Para transformar los hábitos sociales disfuncionales que nos impiden escuchar activamente necesitamos fortalecer nuestra capacidad como oyentes.  Para ello hay varias herramientas a utilizar.

 Parafrasear o resumir lo que cree que escucha y llama su atención para estar seguro que es lo mismo que su interlocutor quiere expresar.  Reflejar el estado  emociona y mostrar que usted sabe cómo se siente esa persona.  Validar es la tercera herramienta con la cual usted acepta aunque no esté de acuerdo. 

Tras estos pasos usted tiene la oportunidad de expresar sus puntos de vista y opiniones de manera más sopesado.

De su parte, la otra persona estará más comprometida para escuchar con más calma, atención y respeto sus comentarios, y podrá verlos más como aportes y no como ataques. Esa persona se sentirá más valorada y en consecuencia estará más abierta a llegar a un acuerdo o a seguir sus recomendaciones.

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Julia Norma Rodríguez
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Comunicadora.

La familia se construye en armonía con las normas impuestas por la sociedad y bajo la ley suprema del Todopoderoso. Si no actuamos bajo estas premisas, al final recogeremos  lo que hemos estado sembrando. Gracias a Dios en casi la mayoría de nuestros países tenemos deberes pero también derechos adquiridos, gracias a  “La Declaración Universal de los Derechos Humanos”; sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Debemos prestar atención y actuar con cautela en los valores que transmitimos a nuestra familia; estamos llamados a formar bien,  sobre todo en una auténtica comunidad de amor, fortalecida, fiel, fraternal, de manera tal que nuestro rol de formadores tenga resultantes con saldos más positivos; es cierto que criar no es una ciencia, pero las estadísticas se cuentan mejor cuando, tanto padres, docentes y medio ambiente tienen sanidad.

Por ahí leí: “No se trata solamente de tener unos hijos bien educados, en la práctica de las virtudes y valores humanos. Debemos darle una formación con proyección para que ellos puedan reeditar lo aprendido en los roles que tengan que desempeñarse  en sus vidas. Se trata de educarlos también, para que ellos puedan formar en el futuro una familia que tenga hijos fuertes, bien educados. Por eso la formación de los padres son los cimientos que soportarán la educación de sus hijos y por lo tanto, de la sociedad en general. La educación de los hijos comienza con la de sus padres y abuelos”.

Uno de los obstáculos que enfrentamos es, sin lugar a dudas, el tema de la administración del tiempo. Esta agitada vida de trabajo y compromisos sociales  interfiere mucho, siendo los más afectados los padres jóvenes, convirtiendo en víctimas a sus propios hijos que no reciben ni cantidad, ni calidad del preciado tesoro del tiempo, sino el cansancio que no les permite tener la paciencia, con los hijos demandantes.

A ninguno de nosotros que se inicie en el rol de Papá y Mamá, ni menos a los llamados veteranos, por antigüedad en el servicio, se les ha entregado ni se nos entregará un certificado de garantía por la buena crianza, más es muy satisfactorio saber que dimos lo mejor de nosotros mismos. La responsabilidad no termina porqué alzan el vuelo los retoños. Nuestra labor continúa hasta el fin de nuestros días.

“Vivir no se posterga.” El que ama protege”.  Seguimos en Orden Divino.  ¡Hasta un próximo encuentro! Mi correo: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.. Twitter: @jnormarodriguez. Instagram: @jnormarodriguez y en Facebook: Julia Norma Rodríguez.

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