"Una de las cosas más penosas es ver cómo las familias de nuestros pacientes se ven afectadas por esta enfermedad".

Nueva York, 8 de mayo (EFE).- Nueva York continúa siendo el epicentro de la pandemia del SARS-CoV-2 en los Estados Unidos, ahora con más de 320.000 casos confirmados y unos 26.000 muertos. La magnitud de esas cifras hace que sea fácil olvidar que cada muerte es una persona y cada persona tiene una familia.

Pero desde que vine como apoyo a este hospital de Long Island, me he podido acercar, crudamente, a cada realidad: la de los que se recuperan, que son los menos, y a la devastación ante las inevitables llamadas que confirman que el coronavirus ganó la batalla.

LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL...POR TELÉFONO

Una de las cosas más penosas es ver cómo las familias de nuestros pacientes se ven afectadas por esta enfermedad.

No se permiten visitas en el hospital por lo que los pacientes están aislados de sus seres queridos.

Los que no tienen respiradores pueden usar sus teléfonos y aprovechar la tecnología como FaceTime y Zoom. Pero para los pacientes con ventiladores mecánicos, la única conexión con sus padres, hijos o esposos somos los trabajadores de la unidad de cuidados intensivos.

En muchas ocasiones tenemos que pedirle a un familiar que tome decisiones sobre cosas que para la mayoría son completamente desconocidas o que han terminado distorsionadas por la gran cantidad de información y desinformación circulando en las noticias y en las redes sociales.

Es inevitable percibir que ellos están preocupados, asustados y, aunque aprecian inmensamente al personal de la unidad, a menudo es difícil mantener al día la comunicación con todos o dedicar la cantidad de tiempo que ambos quisiéramos para una conversación.

Al final, ese reducido hilo de comunicación crea una situación demoledora cuando las familias deben tomar la decisión más difícil.

En otras circunstancias las conversaciones sobre el adiós final son igual de dolorosas y complicadas, pero las tenemos en persona, después de que la familia ha presenciado de primera mano todo lo que su ser querido ha soportado.

Ahora estamos teniendo ese diálogo por teléfono.

Debido a la pandemia, de la que ahora Nueva York es el foco mundial, aquellos que pierden a un ser querido deben afrontar el doble dolor de la muerte y las medidas del distanciamiento social (en algunos casos ha obligado a realizar los funerales por internet y las despedidas de los enfermos graves a través de videollamadas).

Se siente un gran vacío llamar para decirle a alguien que su esposo o su hijo ha muerto, así, simplemente.

Cuando suena el aparato, tengo la sensación de que la familia espera, contra toda esperanza, que solo llame con una actualización o tal vez una buena noticia, pero en el fondo ellos saben lo que ha pasado.

Y saben también que no habrá funeral, religioso o de otro tipo, ni reunión de amigos y familiares para recordar la vida de ese ser perdido.

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La estilista fue condenada a siete días de prisión y a pagar una multa de 1,000 dólares por cada día que su centro permaneció abierto; un castigo que pudo ser menor si la mujer hubiera mostrado arrepentimiento, lo cual no hizo, según dijo el juez 

Washington, 6 de mayo (EFE News).- La dueña de una peluquería de la ciudad tejana de Dallas, Shelley Luther, fue condenada a una semana de prisión por negarse a cerrar su negocio a pesar de que las medidas de prevención contra el coronavirus se lo prohibían, informaron este miércoles medios locales.

Luther fue condenada el martes a siete días de prisión y a pagar una multa de 1,000 dólares por cada día que su centro permaneció abierto; un castigo que podría haber sido menor si la peluquera no se hubiera negado a reconocer su culpa y mostrar remordimiento, explicó el magistrado del juzgado civil 14 del distrito de Dallas Eric Moyé.

"Tengo que discrepar con usted, señoría, cuando dice que soy egoísta, porque dar de comer a mis hijos no es egoísta. Tengo estilistas que están pasando hambre porque alimentan antes a sus hijos que a ellos mismos", dijo la empresaria, según apuntaron medios locales.

"Por lo que, señoría, si cree que la ley es más importante que dar de comer a los niños, entonces por favor continúe con su decisión, pero no voy a cerrar la peluquería", añadió.

Los documentos judiciales señalan que además de ignorar la orden de varios juzgados de no abrir su establecimiento, Luther no garantizó que sus empleados cumplieran con la distancia de seguridad.

El abogado de esta peluquera ya ha anunciado que presentará un recurso a la decisión del juez.

El fiscal general del estado, Ken Paxton, envió hoy una carta al juez en la que criticó su decisión de enviar a Luther a la cárcel, un fallo que calificó de "abuso vergonzoso de su discreción judicial", y pidió su puesta en libertad.

“Me parece indignante y fuera de lugar que durante esta pandemia nacional, un juez, en un condado en el que se liberó a criminales por temor a que contrajesen la COVID-19, encarcelara a una madre por mantener abierta su peluquería en un intento por poner comida en la mesa de su familia ”, dijo Paxton en un comunicado

El mismo día que Luther fue condenada, el gobernador de Texas, Greg Abbott, anunció que las peluquerías, barberías y centros de belleza podrán reabrir este viernes si tanto empleados como clientes usan mascarilla.

Estados Unidos alcanzó este miércoles la cifra de 1.210.822 casos confirmados de COVID-19 y la de 71.463 fallecidos, de acuerdo al recuento independiente de la Universidad John Hopkins.

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La "avispa asesina" fue detectada por primera vez en el país por el Departamento de Agricultura del estado de Washington en diciembre del año pasado.

San Francisco, California, 6 de mayo (EFE News).- Investigadores y autoridades del estado de Washington se mostraron este miércoles preocupados ante la llegada de la conocida como "avispa asesina" por primera vez al país, lo que genera inquietud por su peligrosidad e impacto sobre la fauna local.

El avispón asiático gigante es considerado una especie invasora por su potencial colonizador y por constituir una amenaza grave para las autóctonas, especialmente para las abejas melíferas, a las que ataca mortalmente en el caso de los adultos y devora a las larvas y ejemplares jóvenes.

La situación de las abejas es ya alarmante en Estados Unidos y gran parte del mundo debido a la drástica reducción de sus poblaciones en los últimos años por la contaminación y el uso de insecticidas, por lo que la llegada de un depredador tan letal como el avispón asiático podría tener consecuencias devastadoras para la especie, cuya polinización resulta clave para el ecosistema.

Las "avispas asesinas" (Vespa mandarinia) miden unos cinco centímetros -son por tanto significativamente más grandes que las abejas y que la mayoría de avispas-, tienen grandes cabezas naranjas con enormes ojos y un abdomen rayado negro y amarillo.

Además de la amenaza que supone para las abejas locales, se calcula que el avispón asiático gigante es responsable de la muerte de hasta cincuenta personas cada año en Japón, de donde es originaria, ya que si un individuo recibe varias de sus tóxicas picadas, puede fallecer incluso sin tener alergia a estos insectos.

La "avispa asesina" fue detectada por primera vez en EE.UU. por el Departamento de Agricultura del estado de Washington en diciembre del año pasado, aunque su ciclo vital empieza en abril, cuando las avispas reinas salen de su hibernación, por lo que se entiende que la mayoría de los avistamientos estén ocurriendo estos días.

El momento de mayor peligrosidad de esta especie llega a finales del verano y en otoño, cuando las avispas salen a la caza de abejas para almacenar proteínas que alimenten durante la época de frío a las futuras reinas que saldrán cuando empiece un nuevo ciclo en abril.

En cuanto a las personas, los expertos indican que, si bien no es normal que las avispas ataquen a humanos, en caso de que lo hagan, sus aguijones son tan largos y potentes que ni tan siquiera un traje de apicultor puede proteger de ellos.

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En Estados Unidos viven unos 60 millones de latinos y son ya cerca del 20 % de la población. Un estudio del Pew Research Center asegura que 27,5 millones de los trabajadores en el país son latinos

Nueva York / Los Ángeles, 5 de mayo (EFE).- Empleados de gasolineras, supermercados, lavanderías, repartidores de comidas a domicilio o mecánicos, la comunidad latina copa muchos de los puestos clave que permite a Estados Unidos seguir funcionando en su peor momento, con más de un millón de personas contagiadas por el coronavirus y 68.000 fallecidas, a pesar de que el Gobierno de Donald Trump les niega en innumerables ocasiones papeles y ayudas.

Efe da voz a siete trabajadores de Nueva York, Los Ángeles, San Diego, Vernon y Maryland para dar fe de que los latinos siguen al pie del cañón en estos duros momentos y, ante el creciente desempleo, dan "gracias a Dios" por seguir con salud, poder alimentar a sus familias y, muy importante para ellos, "servir a la comunidad".

Actualmente viven en Estados Unidos unos 60 millones de latinos y son ya cerca del 20 % de la población. Un estudio del Pew Research Center asegura que 27,5 millones de los trabajadores en el país son latinos y, según su director de Migración Global, Mark Hugo López, "son los que tienen empleos que corren más riesgo de perderse que los de otros grupos de estadounidenses, pero no de manera abrumadora".

Cientos de miles de ellos, como los denominados "dreamers" y beneficiarios del DACA (inmigrantes que llegaron de pequeños sin documentación en regla), son trabajadores de infraestructuras "esenciales", como reconoce el Departamento de Seguridad Nacional: "Son necesarios para mantener los servicios y las funciones de los que dependen los estadounidenses a diario y poder operar de manera resistente durante la respuesta a la pandemia del COVID-19".

Los trabajadores latinos dicen que a veces se sienten más "desechables que esenciales", luchan por conseguir sus "sueños" en un país al que aman pero sin olvidar sus raíces.

A continuación siete trabajadores representativos de la comunidad latina explican sus experiencias y sentimientos en estos duros momentos:

ABRAHAM BELLO: MECÁNICO DE DÍA, REVERENDO DE TARDE

Abraham Bello es un mecánico peculiar. Este mexicano de Acapulco, de 47 años, lleva 23 en Estados Unidos. Tiene un pequeño taller en Harrison, en el condado neoyorquino de Westchester, y a pocos metros, en la vecina localidad de Mamaroneck, es pastor de la iglesia pentecostal Betel Casa de Dios.

Por el día arregla autos y algunas tardes y fines de semana da la oración a su fieles, ahora por Internet debido al coronavirus.

Al decretarse el estado de alarma optó por cerrar un par de semanas, pero ya hace días que volvió a subir la persiana para citas programadas: "No es por necesidad, sino porque personas en trabajos esenciales deben arreglar sus carros".

Mecánicos como él permiten que médicos, personal de supermercados o transportistas, muchos de ellos latinos también, puedan seguir trabajando para mantener en pie un país del que él se siente "orgulloso" y en el que nació una de sus dos hijas.

Él lo tiene claro: "El latino ha ayudado a que la economía crezca porque la mayoría que venimos de países de habla hispana somos gente trabajadora, que ha venido solo a dar a la economía de este país, aquí cada uno con sus ideas y las juntamos para que este país se desarrolle más".

Además de ayudar al progreso en tiempos difíciles, martes, jueves y domingos oficia "la palabra de Dios" a través de Webex, el programa que le instaló una de sus hijas para seguir explicando, desde casa y a través de Internet, las enseñanzas de la Biblia a su comunidad de feligreses.

CLAUDIA GARCÍA: UN "DELIVERY" MUY LATINO

Otro de los servicios esenciales y que forma parte de la cultura de EE.UU. es el "delivery", la entrega de comidas a domicilio. Bien lo sabe Claudia García, salvadoreña, 42 años. Reparte comidas a domicilio con DoorDash, un servicio similar al de Uber Eats, y en el que calcula que, en su zona de Maryland, más del 30 % de los repartidores son latinos.

En una parada entre Ellicott City y Columbia, Claudia explica su satisfacción por poder seguir trabajando -tiene jornadas de hasta 10 horas-, cumplir con sus compromisos y seguir ayudando a su familia tras perder su empleo de recepcionista. "Todos los latinos venimos a este país a cumplir nuestros sueños y nuestras metas (...) con la confianza de Dios vamos a seguir adelante".Con estudios superiores de Administración de Empresas, Claudia lleva dos años en Estados Unidos y dice que procura mantener su mente "despejada de preocupaciones". Su lema es: "Mientras hay vida, hay esperanza".

FAMILIA TAVERAS: UN "LAUNDRY" AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

Ismael Taveras, su hermano Julio y su cuñada Nancy Cruz regentan una lavandería en el este de Williamsburg, en Brooklyn (Nueva York). Los tres dominicanos pasaron el coronavirus e incluso Julio, de 67 años y desde hace 10 residente legal en EE.UU., tuvo que ser ingresado en el hospital durante casi dos semanas.

Pero no lo dudaron. Sacaron fuerzas de flaqueza y reabrieron su "laundry" en cuanto pudieron, un establecimiento que gestionan como un "servicio a la comunidad".

Nancy, de 55 años, se preocupa mucho de que todos respeten las normas de distancia social y ha prohibido poder doblar la ropa en el local para que no se acumule la gente: "Nosotros los hispanos no seguimos las normas, les mandé estar a seis pies y no quieren. Los americanos sí, pero los hispanos no respetan la ley. Y si la policía pasa y nos ve nos puede cerrar..".

Antes abrían de siete de la mañana a once de la noche. Ahora, la mitad del tiempo, de ocho a cinco de la tarde. Cada día desinfectan el local y las máquinas con Lysol. "Estamos ingresando el 50 % y hay días que mucho menos, porque por la noche era cuando hacíamos el grueso", lamenta Ismael, que está estudiando solicitar ayuda del Gobierno por los altos costes de las facturas de luz, agua y gas.

Pero para los hermanos Taveras lo más importante es que están ofreciendo una ayuda a la comunidad: "La gente necesita lavar la ropa y nosotros ganar dinero, recibimos algo que nos ayuda pero al mismo tiempo ofrecemos un servicio; tratamos de servir a la gente aunque sacrifiquemos parte de nuestro tiempo y pese a estar convalecientes".

HILDA MORALES: "EN VEZ DE ESENCIALES, NOS SENTIMOS DESECHABLES"

Hilda Morales trabaja en una empresa que empaqueta platos de comida para grandes superficies y restaurantes desde hace 20 años, cuando llegó a Vernon (California), una de las poblaciones con menos habitantes del país, desde México.

"Estamos decepcionados: en vez de esenciales, nos sentimos desechables", dice Morales al recordar que uno de sus compañeros murió recientemente víctima del coronavirus.

La mexicana, que es la representante del Sindicato de Trabajadores Unidos de la Industria de Alimentos y el Comercio (UFCW, en sus siglas en inglés), pide a la empresa para la que trabaja que les otorgue el material de protección necesario y que les provea pruebas para detectar el COVID-19 para evitar más fallecimientos.

KENIA GÓMEZ: EN LA BATALLA DIARIA CONTRA EL VIRUS

El sector de la salud en el país está saturado y la cubana Kenia Gómez es una de las profesionales que está al frente de la "batalla diaria" contra el coronavirus.

La técnica de laboratorio, que practica la flebotomía a todo tipo de pacientes, incluyendo afectados por la COVID-19, tiene un ritual al regresar a casa del trabajo para disminuir el riego de contagio de sus tres hijos y su marido, que también está trabajando durante la pandemia.

Con los colegios cerrados, esta pareja afincada en San Diego ha tenido que afrontar otro coste durante la crisis sanitaria: contratar una niñera a tiempo completo que vigile a sus hijos y les ayude con las tareas de la escuela.

JULIÁN ARGUAYO: SU TRABAJO ALIMENTA A LA POBLACIÓN

Oriundo de Bakersfield, una comunidad mayormente agrícola al norte de Los Ángeles, Julián Arguayo trabaja en un supermercado de Hollywood como reponedor de los productos en las estanterías.

"Trabajar durante una pandemia puede ser difícil y un reto, pero yo me protejo con máscara, uso gel antibacterial y voy con mucho cuidado con mi alrededor. (?) A veces da miedo, pero intento estar siempre positivo", comenta Arguayo, cuya familia tiene raíces mexicanas.

Lo que tiene claro Arguayo, que forma parte del Sindicato de Trabajadores Unidos de la Industria de Alimentos y el Comercio , como Morales, es que sin su trabajo y el de sus compañeros del supermercado en "primera línea" la población no podría alimentarse durante la pandemia.

LUIS MENCHACA: "VAMOS A HACER LO QUE TENGAMOS QUE HACER"

Luis, nacido en California pero con familia mexicana y puertorriqueña, trabaja estos días nueve horas diarias en una estación de servicio Chevron situada entre los Ángeles y San Diego.

Protegido con una máscara de tela, que parece casera, y unos guantes de plástico, Luis atiende a decenas de personas que repostan sus vehículos y entran al estacionamiento en busca de algún aperitivo o bebida refrescante para continuar con sus trayectos.

"No tengo problema (en trabajar durante la pandemia). Porque, ya sabes: la gente con una ética profesional fuerte vamos a venir a trabajar y vamos a hacer lo que tengamos que hacer", dice Luis, que porta varias cadenas y un gorro de color negro, a pesar de que el termómetro supera los 30 grados centígrados.

Lo que no ve correcto son las regulaciones del confinamiento, tanto a nivel nacional como estatal. "Hicieron obligatorio que solo podían trabajar los trabajadores esenciales; esa no era la forma correcta de hacerlo. Podrían haber cerrado secciones de la ciudad poco a poco, por ejemplo", analiza el joven de 26 años.

Para él, la mortalidad del coronavirus no es "tan grave" como para parar la economía, medida que afecta a miles de familias latinas alrededor del país. Pero todos ellos luchan cada día por su sustento y para ayudar a que Estados Unidos siga adelante. También merecen un aplauso.

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