Con la acción del Presidente Trump relacionada a la Acción Diferida, la reacción, ha sido contundente y buena; pero ha sido precisamente eso, una reacción, ante una decisión extensamente anunciada, que en vez de generar la extraordinaria movilización requerida, dio lugar a una especie de parálisis nacional.
Esa paralización ha desarmado la capacidad de acción, no sólo de personas individuales, sino, fundamentalmente, del tejido organizacional tradicionalmente activo en la defensa de inmigrantes y minorías. La respuesta que dimos al anuncio de la prohibición de entrada de refugiados de varios países, creó un espacio de movilización social y judicial excepcional.
Tal vez de la ejecutoria Trump surja algo bueno, como la posibilidad de una ley que realmente ayude y beneficie, no sólo a los “dreamers”, sino también a otros inmigrantes indocumentados. Mientras tanto, la medida de la Administración Trump, y en particular la arbitrariedad del Fiscal General Jeff Sessions, concerniente a los plazos establecidos, son realmente devastadores para miles y miles de jóvenes que no podrían renovar su Acción Diferida y sus permisos de trabajo, por lo menos una vez más.
Negar la posibilidad de renovar a quienes no solicitaron renovación antes del 5 de septiembre, y limitar esa posibilidad hasta el 5 de octubre sólo para quienes tienen fecha de expiración antes del 5 de marzo de 2018, es un golpe causante de afecciones profundas, que perjudica la paz mental y resulta en limitaciones materiales disruptivas.
Y aunque quizás no importe mucho a los ultraconservadores, también la economía del país sufrirá el impacto desgarrador de esa acción deshumanizante. Por ejemplo, de algo más de doscientos beneficiarios de DACA procesados por la Diócesis de Providence, es probable que más del 95 por ciento de ellos esté actualmente trabajando, y muchos trabajan y estudian; de hecho pagan sus estudios por sí mismos. Si pierden sus oportunidades laborales, no podrán costear sus estudios, y eso tampoco es bueno para el país.
Lo que pasa con los “dreamers”, es similar a lo que ya está sucediendo en la industria agrícola de los Estados Unidos, que comienza a perder mano de obra. Pero en cuanto a los jóvenes de DACA, lo que el país pierde es más precioso y valioso que el oro, porque echa al corazón de la sombra social, el desarrollo intelectual de una parte de la nación próspera y aventajada que todos queremos. Es un recurso valiosísimo, y sería un sinsentido perderlo.
Pienso que Trump actuó contra DACA, movido por su intrínseca necesidad de mantener su base política ante el resquebrajamiento de sus niveles de popularidad. Nuestra esperanza es que los demócratas en el Congreso de la Unión, asuman el liderazgo que hasta ahora no han tenido, y busquen y propicien una salida humana beneficiosa, que no se limite a la concesión simplista de conceder un permiso laboral, sino ante todo, una vía real de legalización.
Para lograrlo, se necesita liderazgo que movilice; que busque y presione una salida legislativa a la condición migratoria de los “dreamers”.
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