Quizás sea difícil creerlo, pero a Víctor Hugo Cuenca lo conocí primero a través de un sueño profético. Fue en 1999. Su esposa Vivian trabajaba en una agencia de viajes en la Avenida Elmwood.
Soñé viéndome llegar a la entrada de ese establecimiento, y viendo a alguien que se apresuraba a mi encuentro. El día que nos conocimos, Víctor me había llamado por teléfono, y cuando llegué al lugar acordado—el mismo que había visto en mi sueño—él estaba parado a la entrada esperándome.
Nos presentamos y luego de hablarme acerca de Providence en Español, quedé convencido de que se trataba de una verdadera empresa. Acordamos que trabajaría con él en calidad de reportero. Le pregunté cómo había sabido de mí, y me dijo que Tatiana Pina (para entonces reportera de The Providence Journal) le había dicho.
No puedo definir, aunque intentara, lo que la experiencia de trabajar con Víctor y Providence en Español significó para mí; lo que sí puedo decir es que fue una experiencia salvadora. Haber inmigrado, fue una acción profesional y espiritualmente sofocadora.
Había dejado atrás más de cinco años de ejercicio profesional del derecho, y mi vida adulta como periodista y lector de noticias. Y saben que quién se dedica a la comunicación, no persigue una liberación económica, sino una satisfacción intelectual; comunicar es un acto de amor y pasión.
Víctor no fue técnicamente un periodista, pero sí un empresario con el olfato, la entereza y el carácter para convertir a Providence en Español en un medio memorable. Si tuvo miedo, fue sólo a ceder a la presión habitual a este tipo de empresa, pero me consta que nunca cedió.
Como le diría “Don Lolo” a “Ashby”, en la novela “Paseo de la Reforma”, de Elena Poniatowska, Víctor “se nos adelantó”, pero a mí en lo personal me deja aferrado a una profunda gratitud, y muy buenos recuerdos. Descansa en paz, hermano.
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