Las palabras se las lleva el viento, los pensamientos son interrumpidos por el voraz tic tac del tiempo. Se marchitan las lágrimas enmudecidas, y el nudo en la garganta sepulta el adiós de un hasta luego o un hasta siempre. Manos atadas, corazones llenos de agujeros polvorientos, con olor a sombra, desconcierto, con olor a muerte. Un camino difuso, un sol distinto. Nada es igual. Entre la desesperación y la ilusión, nos aferramos a lo mejor, sin saber el color o el sabor de los que otros cocinan.
Entre mentiras y verdades vagamos en un pedazo de tierra que para la mayoría es tierra de nadie pero para un puñado, es lo mejor y van tras la conquista de un tesoro. El espejo de un fenómeno llamado Huracán MARIA, nos hizo ver el reflejo de una realidad que vivía disfrazada de apariencias, y que al pasar los meses ha quedado desnuda una Isla con dos grandes alas: Una que emana esperanza contra vientos y marea, aferrada a lo posible, aferrada a la vida y la Otra, aquella que destruida por los buitres silenciosos de la codicia, del desdén, y la soberbia, se presentan como ovejas salvadoras y no son más que lobos endemoniados.
Aquellos que disfrazan sus mentiras, egoísmos, demagogia hostil y aberrante por “aquí estamos para ayudar”... Y así fueron pasando los días, los meses, y hoy, a un año de María, podemos hablar de un antes y un después de lo que es Puerto Rico. Recuerdo, y es como si viviera de nuevo este día de incertidumbre… Todo se volvió gris, comenzaron las lluvias y la brisa, llegó el huracán. Las paredes de mi casa se movían, querían arrancarse y llevarse con ellas todo a su paso. Aquellas horas parecían eternas...
Hubo un silencio y un poco de claridad. Salimos los vecinos, y contemplábamos los árboles caídos, el paso de las calles obstruidos, nos miramos y supimos que estábamos dentro del ojo de huracán, Tardó casi una hora estacionado, bailando a su ritmo devorador, mientras nos preparábamos para la segunda parte, que ya imaginábamos sería peor. Así fue. Terminó con lo que había empezado. Terminó de arrancar de raíz aquellas palmeras gigantes y profundas, arrancó las hojas de zinc, los “tinacos” de agua, casitas de los patios... techos volaron. No dormimos, y es que no se podía. Las casas estaban inundadas.
Incontables fueron los cubos de agua que sacamos de mi casa, que, por suerte, no se nos dañó todo. Desde temprano ya estábamos sin energía eléctrica. Y nos decíamos: Si este huracán llega a ser como escuchamos en las últimas noticias, categoría 5! tardaríamos semanas o meses en tener energía o en recuperarnos. No fue así. Fue peor... Sin agua, sin combustible, llegamos a hacer filas de hasta 12 horas; sin dormir, sin alimentos frescos, sólo de latas... Las alarmas sonaron, bomberos, rescatistas, helicópteros, sonaban voces que estaban desalojando a las personas que vivían cerca de la represa en Isabela. Nosotros vivíamos cerca, aunque no tanto, pero la caravana de vehículos, gente caminando, nos llenó de pánico.
No teníamos electricidad... la luna y las estrellas también nos habían abandonado en esas noches tan oscuras. Rumores de policías arrastrados por la corriente, fueron desmentidos, pero desgraciadamente, es cierto que dos agentes fueron arrastrados por las corrientes del río Culebrinas, en Aguadilla.
Sólo una estación de radio se mantuvo durante las horas más terribles del huracán, Wapa Radio. A través de ella escuchábamos las travesías de los pueblos y sus necesidades urgentes. Niños que nacieron en pleno huracán... Gente desesperada pidiendo auxilio... puentes derribados, familias aisladas... el panorama era devastador y hasta aterrador.
Todos nos ayudábamos como podíamos. Mientras miles iban saliendo por avión o por el Ferrie hacia República Dominicana, y de ahí a Estados Unidos, otros nos quedábamos avanzando y reflexionando sobre qué haríamos. Entre lágrimas y desconcierto nos aferramos a nuestra fe. Fueron días oscuros, en todo el sentido de la palabra.
(La autora es periodista y directora del periódico en español Pregón Latino)
BLOG COMMENTS POWERED BY DISQUS