“Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, reza un dicho muy popular, haciendo referencia a las experiencias irrepetibles que pueden vivir quienes llegan a visitar esta parte del país.
Esta vez lo que ha pasado en Las Vegas ha salido de sus fronteras y ha llegado a todos los rincones del mundo. Un tiroteo realizado por “un lobo solitario”, y del que todavía no se tiene explicación, acabó con la vida de más de medio centenar de personas y dejó heridas a aproximadamente 500.
Se trata de la peor matanza que se haya registrado en la historia reciente de Estados Unidos. La indignación por este ataque es colectiva, y parece acrecentarse mientras se van revelando detalles de lo sucedido.
Indigna el hecho de que un individuo decidiera disponer de la vida de tantas personas inocentes sin aparente razón. Indigna que se hayan detectado fallas en procedimientos de seguridad básicos, que, en caso de ser aplicados oportunamente, habrían impedido la consumación de un hecho tan abominable. Indigna saber que cada año más de 30,000 personas pierden la vida en Estados Unidos por causa de las armas de fuego y que una buena proporción de esas muertes corresponden a suicidios de jóvenes y adultos utilizando dichas armas. Indigna que mientras la sociedad reclama a gritos que se establezcan controles más estrictos para la regulación del acceso a las armas de fuego, sectores poderosos, aupados incluso por las más altas instancias del gobierno, demandan el respeto a una norma constitucional que hace tiempo debió ser cambiada, en nombre del buen juicio. Indigna que ante este y otros hechos graves, la sociedad civil no acabe por entender que su participación en los procesos impulsadores de cambios no puede seguir siendo pasiva.
Es necesario fijar posiciones, actuar, motivar la acción del liderazgo. Es necesario hacer lo que corresponda hacer, para que algo similar no vuelva, jamás, a repetirse.
En el espejo de Las Vegas
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